domingo, 2 de agosto de 2015

Embajador singular

Se acerca Dios en pilchas de loquero
J. Fijman

Domingo de sol en Buenos Aires. El calendario marca invierno pero el termómetro dicta primavera. Marcelo entra al santuario y enfila directo hacia la Virgen. Luego de un rato va hacia el Sagrado Corazón. Sólo Dios sabe qué pasa por su mente en esa contemplación devota. Finalmente acaba de rodillas a mi lado. Su delgadez delata que no está comiendo bien. Primero me besa y después me pregunta si tengo algo para que lea. Le entrego el Nuevo Testamento y él lo recibe delicadamente. Como un niño que necesita un cuento me pide que le lea Gálatas 6,1-10. Las palabras le llegan. "Si alguien se imagina ser algo, se engaña, porque en realidad no es nada". 

La vida no le ha sido fácil a Marcelo y todavía hoy sufre mucho. Pero la Escritura le ha hecho bien, al menos por un rato. Ahora estamos de pie en la calle y el sol nos baña de la manera más cálida. Las lágrimas corren por sus mejillas. En unas pocas frases repasa su historia de abandono, segregación e insanía. Pero esta vez es distinto. Porque esta vez está feliz: llora de emoción. "Dios me ama". Y me cuenta cómo reza por el padre Gustavo, por mí... me pide que no lo olvide en la oración. 


Al final pide la bendición, como siempre, y se marcha sereno. Un alma buena y pura que ni el dolor ni la injusticia pudieron doblegar. Quizás lo que más me asombre de Marcelo sea su falta de rencor y su alegre inocencia de niño. Qué misterio es el hombre y qué extraño ejército se ha escogido Dios para contrarrestar (y vencer) en silencio las tropelías estentóreas. 

Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres y la debilidad de Dios es mas fuerte que la fortaleza de los hombres. Hermanos: tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos y los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar lo que vale (1 Co 1,25-28).


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