viernes, 28 de agosto de 2015

Un poco de Agustín

Recordar a san Agustín siempre es inspirador. Su corazón apasionado es como una cantera inagotable de sentimientos vívidos y de agudos pensamientos. Hoy, en el día de su memoria, lo celebramos con  apenas un par de pinceladas. Lo suficiente como para saborear sin empacharse. 

Las lecturas de la Misa, providencialmente, acompañan muy bien. El Evangelio (Mt 25,1-13) nos habla de un Esposo (Cristo) que se demora. Es la paciencia de Dios que mueve a la conversión (Rm 2,4). Hay quienes aprovechan el tiempo y quienes no. Agustín fue de los que sí. Y mucha conciencia tuvo de ese tiempo perdido, malgastado en una vida vana. Mucho le pesaba haberse distraído tanto. En mis épocas de seminarista jugábamos un campeonato interno de fútbol. Se realizaba una vez al año. Nunca olvido el nombre elegido por los de la Comunidad San Agustín: Sero te amavi! En unos latinistas bien básicos el nombre llamaba a la risa pero no dejaba de ser un certero homenaje al doctor africano. ¿Quién podría olvidar ese magnífico pasaje de las Confesiones?

¡Tarde te amé (Sero te amavi), Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé: Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti; Confesiones X,27.


También la primera lectura nos habla de Agustín. Pablo, otro memorable converso, exhorta a una vida  digna de la fe cristiana. "La voluntad de Dios es que sean santos, que se abstengan del pecado carnal, que cada uno sepa usar de su cuerpo con santidad y respeto, sin dejarse arrastrar por los malos deseos, como hacen los paganos que no conocen a Dios" (1 Tes 4,3-5). Agustín no conocía medias tintas y se entregó a Dios con todo su ser. Pero no le fue fácil. Ni antes ni después de la conversión. Porque las heridas de sus extravíos no cicatrizaron pronto. Tal como enseña Pablo, Agustín supo dejar atrás el pecado de la carne, tanto el de la sensualidad como el de la vanidad. Para una y otra dimensión vale su oración sencilla y profunda, que haríamos bien en repetir a modo de letanía. Oh Verdad, Luz de mi corazón, no dejes que hablen mis tinieblas; Confesiones XII,10.

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