domingo, 22 de marzo de 2020

Sobre la cuaresma en cuarentena


La cuaresma es un tiempo para volver a Dios. Es importante recordar que hay dos maneras de estar alejados. Una es la del hijo menor de la parábola (cf. Lc 15,11-32), que se fue de su casa con gran escándalo. Otra es la del hijo mayor, que permaneciendo físicamente junto al Padre obraba y sentía como un empleado. En su historia Israel experimentó ambas modalidades de distancia. Por eso en la cuaresma no pocas veces se nos invita a revisar nuestro vínculo con el Señor más allá de las apariencias.

Este año la cuaresma está marcada por la cuarentena. La imposibilidad de participar de la misa es en sí misma una pérdida, pero puede ser una ganancia si nos dejamos conducir por el Espíritu. Precisamente en eso consiste la pascua, en que la vida surge de las entrañas de la muerte.

Hubo un tiempo, durante el exilio en Babilonia, en que Israel le rezaba a Dios lamentándose: “en este momento no tenemos príncipes, ni profetas, ni jefes, ni holocausto, ni sacrificio, ni ofrenda, ni incienso, ni un lugar donde ofrecer las primicias, y así alcanzar misericordia” (Dn 3,38). Hoy nosotros experimentamos lo mismo: no podemos dar culto a Dios como quisiéramos. Y sin embargo, en medio de este límite se nos abre una inmensa oportunidad, la de ejercitar el culto que más importa, el culto interior, que no es sinónimo de solipsismo sino de autenticidad.

¿Cuál es el culto que agrada hoy a Dios, aquí, en Buenos Aires, en nuestro barrio? Por de pronto ofrecer nuestras manos vacías, como hacía santa Teresita; nuestra imposibilidad de celebrar la Misa, de encontrarnos para rezar el rosario o el via crucis. El domingo pasado Jesús nos decía que los verdaderos adoradores son los que adoran a Dios “en Espíritu y en Verdad” (Jn 4,23). El culto verdadero es hacer la voluntad del Padre, no pelearse con la realidad sino aceptar con sencillez, como los niños, lo que toca vivir. Y estar atentos al otro, al que más le cuesta esta cuarentena por la razón que fuere. Pidamos al Espíritu Santo ser creativos para detectar y remediar las necesidades de los ancianos, los enfermos, los pobres, los que por cualquier motivo necesitan una mano. Y recordemos que la parroquia no es el templo sino la comunidad viva que allí se congrega. La Iglesia somos nosotros. Si el templo llegara a cerrar, siempre deberán permanecer abiertas las puertas de la comunidad.

Estas semanas serán una ocasión privilegiada para renovarnos en la gracia del bautismo. Estamos unidos en Jesús, nos veamos o no. Tenemos la gracia de encontrarnos en Él por el misterio de la comunión de los santos. Que nuestra Madre, María de las Mercedes, nos enseñe a perseverar en la oración y la caridad con espíritu de familia, llevándonos el corazón los unos a los otros. Y no olvidemos que Jesús es el Señor, “Él es nuestra paz” (Ef 2,14).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Jesús, en vos confíamos.