viernes, 25 de diciembre de 2020

Navidad 2020

“El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz” (Is 9,2). La Navidad es un giro en la historia, un resplandor que nos deja verlo todo de un modo nuevo. Uno puede cerrar los ojos, pero Jesús es y siempre será la luz del mundo. 

La Navidad es Cercanía. Dios se acerca hasta el extremo de hacerse hombre. Salva la distancia infinita con un amor infinito. Se abaja para alzarnos. Como Buen Pastor sale en busca de la oveja perdida asumiendo los costos de enfrentar a los lobos. Como Buen Samaritano cambia de planes para socorrernos a nosotros, heridos al costado del camino. Jesús nos unge y nos venda y nos lleva a la Posada que es la Iglesia, donde el Espíritu cuida de nosotros. La Navidad es salir de uno mismo en busca del otro, haciéndonos prójimos de todos, especialmente de los que menos cuentan a los ojos del mundo. 

La Navidad es Presencia. Dios está con nosotros, Jesús es el Emanuel. Dios no se muda, decía santa Teresa. El desafío es no olvidarlo. La Encarnación es cosa seria, es un compromiso irrevocable con nuestra carne, con nuestra historia, con nuestra tierra. Y nosotros, ¿dónde estamos? ¿con quién estamos? ¿cómo estamos? Jesús no se asusta nunca sino que permanece siempre a nuestro lado, todos los días hasta el fin del mundo. Y eso constituye todo un signo para nuestra cultura de la evasión.

La Navidad es Ternura. Jesús es tierno, suave, vulnerable. Es un mofletudo simpático, literalmente adorable. Y es Dios. Así es Dios. El Todopoderoso elige no apabullarnos sino desarmarnos de otra manera, mediante el cariño. La Navidad es la fiesta del deshielo, la fiesta en que redescubrimos que nuestro corazón fue hecho para amar y dejarse amar. No tengamos miedo del amor de Dios. 

“No había lugar para ellos en el albergue” (Lc 2,7). Jesús nace para todos. Es una alegría no sólo mía, ni tuya sino de todos. Pero no todos lo saben. Por eso no le hacen lugar. Él no necesita mucho espacio sino lo mínimo indispensable. Cinco panes y dos peces. Un poco de levadura en la masa. Un grano de mostaza en tierra buena. Tan solo una rendija que deje entrar Su luz. También hoy la Navidad es un acontecimiento marginal, desapercibido o, quizás peor, deliberadamente ignorado. También nosotros cerramos las puertas con mil excusas sin darnos cuenta de que Jesús “no quita nada y lo da todo” (Benedicto XVI). 

“Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre” (Lc 2,7). Cuánto dice esta imagen de una madre que abraza y protege, que se hace cargo de la vida que llega indefensa pero promisoria. Que María nos enseñe a recibir a Jesús, resguardándolo del frío de nuestra indiferencia. Sí, que el Padre nos conceda hacernos cargo de esta Buena Noticia, del don inmenso e inmerecido del bautismo, de esta fe sencilla pero luminosa que nos llena el alma de esperanza y gratitud.  

“Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado” (Is 9,6). No es un niño cualquiera. Es el Hijo de Dios, el Salvador. ¿De qué nos tiene que salvar? Cada uno sabrá. No deshonremos al Médico que viajó tanto para curarnos. Hagamos silencio, mostrémosle nuestras heridas y entonces sí celebremos abiertamente, sin vergüenza, la vida nueva, la vida santa, la vida indestructible de los hijos de Dios.

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