lunes, 14 de diciembre de 2020

Ser o no ser

 Hace tiempo que vengo preguntando, sin mucho eco, hasta dónde se estira la identidad católica.

¿Puede uno ser católico y a la vez sostener que el aborto no es un pecado? No es una cuestión de laboratorio sino una situación seria que se repite en muchos lugares. El presidente electo de los Estados Unidos, por ejemplo, dice ser católico pero no tiene reparos en promover el aborto planificado. Lo mismo ocurrió aquí en Argentina durante el debate de 2018 y vuelve ahora en 2020. Representantes de distintos partidos políticos votan por el aborto sin por ello sentir que su cristianismo tambalea. Sin embargo, el Presidente Alberto Fernández ha ido más lejos que ningún otro: 

 "Yo hice campaña con esta idea [del aborto]... y si bien yo soy católico, y muchos católicos piensan que el aborto es un pecado (...) aun así quiero confesar que soy un católico que cree que el aborto no es un pecado. Porque también en la historia del derecho canónico no siempre han tenido la misma mirada. Usted encuentra textos de san Agustín y santo Tomás donde ellos aceptan el aborto, en lo que ellos llaman antes de que el alma ingrese al cuerpo del feto. Claro. ¿Y cómo dirimían eso? Entre los 90 y 120 días (...) Los Padres de la Iglesia san Agustín y santo Tomás decían que, mientras que el alma no entrara al cuerpo, el aborto era posible (...) Pero marco esto para tratar de demostrar que ni siquiera en la Iglesia hubo una mirada unánime sobre esto en sus orígenes" (Entrevista en Minuto Uno por C5N del 10 de diciembre de 2020).

No transcribo las disquisiciones filosóficas-embriológicas del Presidente. Basta constatar con estupor la seguridad con la que expresa groseras falsedades teológicas. En realidad las falsedades no son sólo teológicas sino además históricas, porque existe una disciplina llamada historia del pensamiento. Y nadie con un mínimo de rigor intelectual puede decir que santo Tomás o san Agustín "aceptaban el aborto". 

Fernández se alza como maestro de doctrina católica ilustrando a la Iglesia que, según parece, no sabe lo que sus doctores realmente han enseñando. Y eso salpicando frases como "muchos católicos piensan que el aborto es pecado", o "soy un católico que cree que el aborto no es un pecado".

¿Puede uno ser católico y sostener a la vez que el adulterio no es un pecado? ¿O la mentira? ¿Puede uno sostenerlo obstinadamente, públicamente? La doctrina y la moral, ¿son dos ámbitos separados? No se habla aquí del pecado cometido a causa de la propia debilidad. Todos somos pecadores. Se habla de la justificación del pecado, de su defensa.

Navegando por la web descubro que Fernández ya se había expresado antes de esta manera. Y el que quiera podrá encontrar fácilmente respuestas sólidas a semejante macaneo. Pero la cuestión sigue en pie: ¿existe algo así como una identidad católica? ¿En qué momento se deja de ser católico? Es verdad que en determinadas épocas se abusó de la autoridad magisterial, pero en este terreno no sólo se puede pecar por exceso sino también por defecto. El Nuevo Testamento ofrece numerosos ejemplos de cómo la comunidad cristiana debe custodiar su identidad. Si no lo hace se expone a la corrupción. 

¿Le falta a nuestra Iglesia la sabiduría popular cifrada en el refrán el que calla otorga? Cuando nada se dice crece la confusión. Y eso hace que, aquí y allá, en el Norte y en el Sur, el nombre de católico resulte una etiqueta cómoda, incluso redituable, pero a la larga intrascendente.

¡Ay de los que llaman bien al mal y mal al bien, 
de los que cambian las tinieblas en luz y la luz en tinieblas,
de los que vuelven dulce lo amargo y amargo lo dulce!

Isaías 5,20

Nota bene. Podría citar aquí muchos testimonios del grave deber que tenemos los pastores en relación al oficio de enseñar. Y cómo los santos reprenden a los que callan la verdad por temor. Pero eso queda para otra ocasión.  

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