martes, 28 de diciembre de 2021

Los Santos Inocentes

En el marco de la octava de Navidad la Iglesia celebra el martirio de los Santos Inocentes. Pedagogía extraña pero a la vez llena de sabiduría. 

El Niño Dios ha nacido para morir por los hombres. Y estos pequeños inocentes son asociados misteriosa y prematuramente a su pasión. 

"Dios es luz", dice san Juan. "La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la recibieron". Jesús debe huir a Egipto. Todavía no sabe hablar y ya sufre el acoso de los poderosos de este mundo. Él debía morir por nuestros pecados. Y si decimos que no es así, que no tenemos pecado, "lo hacemos pasar por mentiroso y su palabra no está en nosotros". 

Sin embargo, he aquí la grandeza, el privilegio difícil de asumir de estos niños que dieron su vida por Cristo, antes de que Él diera la suya por ellos. La antífona de entrada canta: "Los niños inocentes recibieron la muerte por Cristo".

Comentando este misterio, Charles Péguy hace hablar a Dios en estos términos: "Esos inocentes han pagado por mi hijo. Mientras ellos yacían en el suelo de las carreteras, en el suelo de las ciudades, en el suelo de las aldeas. En el polvo y en el barro, menos considerados que corderos y cabritos y cochinillos (...) Durante este tiempo mi hijo huía. Todo hay que decirlo. Es, por tanto, una especie de quid-pro-quo. Todo hay decirlo. Es un malentendido. Buscado, lo que es más grave. Todo hay que decirlo. Le cogieron a ellos por él. Le degollaron por él. En su lugar. En su puesto".

Y esta triste historia sigue repitiéndose. En esta misa pedimos por tantas víctimas inocentes, y por sus familias. Para que puedan entrar en el misterio consolador de Jesús, la víctima más inocente de todas, que asume en sí toda injusticia, todo sufrimiento y vejación, todo llanto de impotencia y todo clamor de justicia. Pedimos no ser indiferentes, no acostumbrarnos a los escandalosos abusos de todo tipo. Pero también pedimos anunciar y, más que anunciar, mostrar el rostro y las marcas gloriosas de Cristo, Señor de la Vida y Rey de la Paz, el que hace nuevas todas las cosas, el que nos lleva al seno del Padre, en quien no hay muerte, ni llanto, ni queja, ni dolor. 

¡Cuánta sangre inocente habla de Cristo y juega para Cristo sin saberlo! Hoy la reconocemos y la honramos y la unimos explícitamente al sacrificio que lleva a plenitud todo buen propósito.


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