domingo, 3 de abril de 2022

Sobre piedras y miradas

Este domingo la liturgia nos regala el conocido episodio de Juan 8,1-11. Ordenamos nuestro comentario en tres momentos.

El primer momento es entre Jesús y el Padre. San Juan nos dice que Jesús fue al monte de los olivos, lugar que en la tradición cristiana representa la oración que define la misión. Con esa referencia, el evangelista ubica discretamente el relato en contexto pascual. Jesús vino para ofrecer su vida por nuestros pecados. Y así, embargado por esa conciencia de servicio, ingresó al Templo y se puso enseñar la misericordia divina. 

El segundo momento es entre Jesús y los escribas y fariseos. Ellos son -supuestamente- los que entienden", los que saben". Pero están como cegados. En sus corazones ya tomaron la decisión de acabar con Jesús, el blasfemo, el que se hace igual a Dios llamándolo su propio Padre (cf. Jn 5,18). Y lo ponen a prueba, no para conocer en verdad quién es Él, sino para contar con una razón para matarlo. En su interior, ellos ya lo sentenciaron. Le presentan a una mujer sorprendida en adulterio y le preguntan qué corresponde hacer. Es como si dijeran: veamos qué tan lejos llega su misericordia. ¿Se atreverá acaso a contradecir la Ley de Moisés? Jesús encarna lo que predica: es sencillo como una paloma, pero astuto como una serpiente. Podría preguntarles dónde está el varón, adúltero también, merecedor de la misma pena (cf. Dt 22,22-24); pero opta por el silencio. Un silencio sabio y misericordioso. Y se pone a escribir en el suelo no sabemos qué. Inferimos que el Maestro escribió los Diez Mandamientos, como quien invita a examinar la conciencia. Pero ellos insisten: quieren una definición, se sienten moralmente superiores, seguros de su salvación. Entonces Jesús pronuncia esa frase sublime: el que no tenga pecado que arroje la primera piedra". 

Todos somos pecadores. Jesús no pretende negar la gravedad del mal sino comprender la fragilidad humana. ¿Es que en verdad somos tan distintos? Como dice San Pablo: el que crea estar firme, cuídese de no caer" (1 Co 10,12). Este domingo Jesús nos llama a la humildad, que no es otra cosa que un sano realismo: entender cuánto de lo que somos depende de la bondad de Dios. Por decirlo nuevamente con San Pablo: ¿Qué tienes que no hayas recibido?" (1 Co 4,7). Y Santa Teresita completaría diciendo: efectivamente, todo es gracia". Tarde o temprano la experiencia nos muestra la brecha que existe entre el yo ideal y el yo real. Entonces ese auto-conocimiento nos vuelve más respetuosos de las miserias de los demás, porque también nosotros tenemos nuestras batallas y nuestras caídas. No en vano el texto dice que los acusadores se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos".

El tercer momento es entre Jesús y la mujer. Finalmente quedan cara a cara. El abogado defensor ocupa su lugar de juez para declarar la absolución. Jesús no condena sino que perdona. El mal sigue siendo mal, pero ahora queda sepultado por el amor. “Vete, no peques más en adelante”. Jesús nos libera del pasado oscuro y abre para nosotros un horizonte de esperanza. La cuaresma no consiste tanto en escrutar nuestras miserias, cuanto en contemplar el rostro misericordioso del Señor. El cristiano vive de cara a Dios, que es el futuro del hombre. “No se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas. Yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta?" (Is 43,18-19). Esta enseñanza de Isaías coincide con la de Pablo a los Filipenses: olvidándome del camino recorrido, me lanzo hacia adelante y corro en dirección a la meta, para alcanzar el premio del llamado celestial que Dios me ha hecho en Cristo Jesús" (Flp 3,13-14). La trampa está en quedar fijado en el tiempo, atrapado en lo que hice o me hicieron. Incluso lo bueno debe ceder paso a lo mejor. La pascua es un paso: de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de la tristeza a la alegría. Terminemos entonces con el salmo del día de hoy: El sembrador va llorando cuando esparce la semilla, pero vuelve cantando cuando trae las gavillas" (Sal 126,5-6).

V Domingo de Cuaresma C - 2022

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