viernes, 29 de marzo de 2024

Jueves santo 2024

Gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo por el don de la vida, por el don de la fe y por regalarnos una vez más la posibilidad de celebrar la Pascua de Jesús. Y de poder hacerlo litúrgicamente, con la Eucaristía. Por eso, también es justo y necesario que demos gracias a Dios por el sacerdocio en la Iglesia. Ya esta mañana los sacerdotes nos reunimos junto al arzobispo, para renovar nuestras promesas y volver a experimentar el llamado y la unción que nos consagró para siempre, como ministros del altar y de la misericordia, a imagen de Cristo Buen Pastor. Pensemos, entonces, en tantos hermanos cristianos que no tiene la gracia de la Misa o de la confesión, ni siquiera en estos días santos. Y recemos por las vocaciones sacerdotales: las que se están formando y las que todavía no despertaron.

 

En este jueves santo las lecturas insisten en la necesidad de hacer memoria. Evidentemente, Dios sabe lo que hace. Porque la memoria habla de raíces que configuran la identidad. Sin memoria perdemos referencia y nos desdibujamos. Pero no se trata de una memoria rancia, ni privada, ni meramente mental, sino de una memoria viva, una memoria ritual que vibra al calor de la comunidad, y que está hecha de palabras y silencios, oraciones y cantos, gestos y posturas, luces y flores, colores y perfumes. Celebrar la fe es importante, es muy importante. Nuestra cultura, y también nuestra Iglesia, tienen por delante el desafío de redescubrir la fuerza de la liturgia, que no por ser simbólica es menos real. En la liturgia pasan cosas, más aún, pasa Dios. Y cuando Él pasa, todo se transforma. Queridos hermanos: empecemos el Triduo santo con alegría, entendiendo que la memoria litúrgica no es una evocación vaga sino un verdadero encuentro. Que podamos celebrar de corazón, sin prisa, para la gloria de Dios. Dejemos el narcisismo. Corrámonos del centro. Cortemos con la lógica de la utilidad que nos vuelve mezquinos. Santifiquemos las fiestas y ellas nos santificarán a nosotros.

 

La memoria de hoy tiene dos polos que se retroalimentan: la institución de la Eucaristía y el mandamiento del Amor. 

 

Jesús preside la última cena con sus discípulos en el marco de la pascua hebrea. También Él, como hijo de su pueblo, hace memoria solemne y agradecida de la mano de Dios, que misericordiosamente liberó a Israel de la esclavitud de los egipcios, y del golpe exterminador que se cobró la vida de los primogénitos. En esa ocasión, el signo de la gracia había sido la sangre del cordero. Esa era “la pascua del Señor”. Pero ahora Jesús instituye Su pascua. No lo hace de espaldas a la historia, sino de cara a ella. No reniega de la alianza con Moisés, sino que la honra radicalizándola, es decir, amando hasta el fin, hasta el extremo. La salvación ya no consiste en un cambio de orden político, jurídico o sociológico, sino en una liberación mucho más honda, más decisiva. En Cristo Dios nos salva del pecado, y así también de lo que la Escritura llama “muerte segunda”, que es una muerte mucho más triste que la muerte biológica, porque es la muerte definitiva, la muerte al Soplo del Espíritu. ¿Y cómo se da ese milagro? Dios pasa por alto nuestros pecados, los perdona, gracias a la nueva señal, que es la sangre del nuevo Cordero, el Cordero inocente, que no es un animal, sino un hombre, más aún, un hombre-Dios. Sí, Dios se hizo hombre para asumir nuestro pecado, para ocupar nuestro lugar, para sanar nuestra violencia con su mansedumbre. Para eso se encarnó el Hijo y para eso murió. Y todo este gran Misterio, no sólo lo anticipó en la cena, sino que también lo dejó a disposición nuestra en el sacramento del pan y el vino. Hoy celebramos la institución de la Eucaristía, que es el don del Cuerpo y la Sangre de Jesús, partido y derramado por nosotros, por el perdón de nuestros pecados, para que podamos comulgar con Él, y en Él, con el Padre y el Espíritu, y con todos los hombres, y con toda la creación. ¡Bendito seas Señor!

 

 

Junto con la Eucaristía Jesús instituyó, como su reverso, el mandamiento del Amor. En la misma cena el Maestro realizó un gesto escandaloso, un gesto de abajamiento insólito: se quitó el manto, se agachó y empezó a lavar los pies de sus discípulos. El despojo de su vestidura es una imagen elocuente de un despojo de otro tipo: Jesús renuncia a sus privilegios para cumplir la tarea propia de un esclavo. No sólo siendo Dios se hace hombre, sino que siendo Santo “se hace pecado”, como dice san Pablo en una expresión tremendamente audaz (cf. 2 Co 5,21). Y todo eso, no lo hace con desgano, sino con cariño. No lo hace a regañadientes, con esas quejas tan nuestras, toda vez que nos sorprende alguna injusticia o un mínimo contratiempo. Jesús está convencido de dar la vida por nosotros, que lo traicionamos y lo negamos. Jesús está de acuerdo con la voluntad del Padre y el Espíritu, porque el corazón de la Trinidad es amor, y el amor es donación. La vida crece con la entrega; no la entrega forzada de los asalariados, sino la entrega libre de los hijos. 

 


Lo mismo que Pedro, muchas veces nos resistimos a tanto amor. Nos cuesta ver a Dios lidiando con nuestra mugre. Quisiéramos ahorrarle ese disgusto. Pero para Él, para el Buen Pastor, no hay alegría más grande que rescatar a su oveja perdida y curarle las heridas. Semejante misericordia, semejante amor, exige un salto de fe. Cuánta verdad en las palabras de Jesús a Pedro: “No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás”. Sí, Pedro lo comprenderá en Pentecostés, mediante la efusión del Espíritu y la humilde aceptación de su pobreza. Pidamos entrar más y más en el amor de Cristo. Pidamos comprender este misterio, no tanto con la cabeza, sino más bien con el corazón. Y la prueba de eso, el termómetro de eso, será la caridad concreta con los demás: “Les he dado el ejemplo para que hagan lo mismo que Yo hice con ustedes”.

 

Terminemos como empezamos: dando gracias por tanta luz y digamos con el salmista: “¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo? Alzaré la copa de la salvación e invocaré el nombre del Señor”. Jesús entre nosotros: éste es el Misterio de la Fe, éste es el Misterio del Amor. 

 

No hay comentarios: