domingo, 13 de abril de 2025

Ramos 2025

Demasiado. Es demasiado. No sólo por la cantidad de palabras, sino por la densidad de misterio que encierran. Después de esta liturgia de la Palabra, quedamos abrumados, apabullados, sobrepasados. Hay tanto para digerir. Entonces uno se pregunta si la Iglesia, que es madre y maestra, experta en pedagogía, se equivocó. ¿Se equivocó la Iglesia ofreciéndonos más de lo que podemos asimilar? No, no se equivocó. Todo forma parte de su sabia pedagogía. Lo hizo a propósito. Quiere que comencemos esta Semana Santa experimentando nuestra pequeñez y lo abismal del misterio que nos disponemos a celebrar en estos días. Nuestro corazón, nuestra mente, acaban de atravesar un torbellino de emociones. Estamos conmocionados, si es que nos hemos dejado impactar, por todo lo que estos acontecimientos representan: la gloria y la cruz, la exaltación y el desprecio. Esto es la Pascua. 

 

Dos pensamientos más, y el resto que quede en el silencio, para que cada uno pueda en su casa, a lo largo de la semana, profundizar. En el evangelio del ingreso de Jesús a Jerusalén, Lucas nos dice que la gente iba quitándose los mantos y los ponía en el camino, para que Jesús avanzara pisándolos. Quitarse el manto es un signo de sumisión, es un reconocimiento de la majestad de este rey tan particular, que no viene montado a caballo, sino sobre un asno. Es un rey de paz, un rey que "viene en nombre del Señor". Y ahí está toda la diferencia: porque viene en nombre del Señor, viene como el que sirve. Esto trastocará nuestra expectativa mesiánica, nuestra idea de autoridad. Y porque será demasiado, terminaremos crucificándolo. Pero sabemos que la piedra descartada es, finalmente, piedra angular. Que esta Semana Santa podamos vivirla dejando nuestra vida, nuestra existencia, a los pies de Jesús. Es un gesto noble, un gesto de lealtad, porque el manto representa aquello con lo cual, no solamente cubro mi desnudez, no solamente me abrigo en el frío, sino que el manto es también un símbolo del lugar que ocupo en la sociedad. Puede ser destacado o anónimo, lo que sea: Señor, a tus pies. Que podamos ir como doblegando la rodilla, decía Pablo en la segunda lectura, para que todo el mundo diga “Jesucristo es el Señor”.

 

Humildad, entonces, para experimentar qué pequeños somos ante el misterio de Jesús. Y sumisión, reverencia, postración, adoración ante el único que merece semejante reconocimiento. 

 

Por último, una advertencia, que no la hago yo, la hace Jesús. Va para Pedro, pero en Pedro estamos todos. “Mira, Pedro, Satanás ha pedido autorización para zarandearlos como el trigo”. Si uno quiere de verdad entrar en el misterio de Jesús, entrar en el misterio de la Pascua, no puede ir ingenuamente. Se trata de un combate, un combate espiritual que pide reciedumbre; y mejor estar advertidos. Pero no estamos solos. Jesús le dice a Pedro: “Yo he rogado por ti”, he rogado y sigo rogando por ti, para que tu fe no desfallezca, para que tu fe no palidezca. En los momentos de tiniebla, más puede encenderse esa llama que nos fue regalada en el bautismo. Y sabemos, no solamente por la historia, sino por nuestra propia condición, qué frágiles somos. Sabemos que en estos días santos nos va a costar apostar por el Señor. ¿Seremos como Pedro que lo niega? ¿Seremos como Judas que lo traiciona? ¿Seremos como los soldados que hacen leña del árbol caído? ¿Seremos como aquellos que prefieren dormir cuando la consigna es velar? Y sí, por ahí somos un poco de todo, pero sobre todo somos discípulos amados. Y el Señor vino precisamente para eso. No para los fuertes, sino para los débiles; no para los sanos, sino para los enfermos; no para los justos, sino para los pecadores. Que sean día santos. Días de descanso, de familia, de encuentro… ¿por qué no?  Pero que no quede al margen el verdadero motivo de esta semana: el Rey, que entra a Jerusalén aclamado y termina crucificado. Sabemos, sin embargo, que ésa no es la última palabra.  Si estamos acá, después de dos mil años, con nuestros ramos en alto, es porque sabemos que la última palabra es suya. Palabra de vida, de amor y de reconciliación.

No hay comentarios: