viernes, 4 de abril de 2014

Von Balthasar en Villa Urquiza

Sos muy linda, dijo el sacerdote. A Noemí le brillaron los ojos y se le agrandó la boca. Pero sólo un instante; no es de las que se dan importancia. Enseguida ya estaba en otra cosa.

El episodio fue toda una epifanía. El cuarto estaba más bien oscuro pero lo que acontecía era puro resplandor. El teólogo suizo Hans Urs von Balthasar, quizás el más grande del siglo XX, habló largamente de la belleza de Dios manifestada en la cruz de Cristo. Una belleza particular, la belleza del amor que supera los cánones de una estética superficial y mundana que hoy invade casi todo. De eso se trataba: la meditación teológica hecha realidad. Ya no había que entender la gloria de la cruz porque ella irrumpía con la fuerza de lo evidente.

Noemí tiene noventa años. Tremendamente lúcida, todavía conserva un impecable sentido de la vista y del oído. Pero está postrada, menos por incapacidad física que por abandono. Pasa largas horas del día en la soledad más absoluta. Siempre en posición horizontal. Espero toda la semana que llegue el domingo, cuando me traen la comunión. La persona encargada de cuidarla hace mal su trabajo. Se aprovecha, la maltrata, la denigra. Vive con Noemí como si fuera su casa, pero se comporta de manera cruel.

La anciana soporta la humillación sin rencor, pero sufre. Y cómo. Llora tenue, sin amargura. La piel un poco ajada y los cabellos blancos. Se siente cerca de Jesús en la cruz. Lo invoca mientras espera con la mansedumbre de un cordero. El sufrimiento extremo no hizo mella en su nobleza sino que logró pulirla. En ella refulge una integridad que no claudica ante el desprecio. Por eso su cama es como una cátedra. Quien quiere oír, aprende que la mayor dignidad es la santidad. De su cruz emerge una verdad; la verdad de la ofrenda. Noemí no reniega de Dios, vive la alianza. Ésa es la belleza auténtica, la que salva el mundo (Dostoyevski).

Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos,
Felices los mansos, porque poseerán la tierra en herencia
Felices los que lloran porque serán consolados (Mt 5, 3-5) 

Tiene razón el Papa Francisco cuando llama la atención sobre los viejos. «Cuando un pueblo se olvida de cuidar a sus ancianos, empezó a ser un pueblo en decadencia, es un pueblo triste. Cuando en una familia se olvidan de acariciar al anciano, ya anida la tristeza en su corazón». «Cuidá a los viejos, cuidá la vida de los viejos porque eso es ser familia. Y no entrés en la moda de que a los viejos se los guarda y se los desprecia».

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