miércoles, 22 de abril de 2015

Campo Santo

"Dios lo bendiga, Padre". El anciano que vestía traje reponía fuerzas sentado junto a la capilla del cementerio. Tan recia es la ciudad que su cordialidad me resultó extraordinaria. Rápidamente contesté: "Gracias, igualmente". Pero él fue por más y sin sombra de duda replicó: "Gracias a ustedes que nos dan la esperanza en la vida eterna". 


Es difícil transmitir cuán sinceras fueron esas palabras. La voz temblorosa, las canas a granel y la delgadez extrema imprimieron al diálogo un aire dulce y a la vez grave. Allí estaba él, despidiendo a un amigo, consciente de que su propia hora no estaba lejos. En medio del desasosiego todavía podía contar con su fe cristiana. Su gratitud escondía una confesión: ¡cómo necesito creer! Y lo dijo sin vacilar, con la sencillez de los niños. "Felices los que lloran porque serán consolados" (Mt 5,5).

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