domingo, 7 de junio de 2015

Corpus Christi 2015

Este domingo de Corpus, el evangelista Marcos nos hace saber que la última cena no fue algo improvisado. Meditar la insistencia en la necesaria preparación puede ser de provecho para nuestra fe. En efecto, en unos pocos versículos el tema aparece tres veces: primero como inquietud de los discípulos, luego como mandato de Jesús y finalmente como realización efectiva (Mc 14,12-16).

La Santa Cena, es decir, la Misa, se prepara. Es la parte que nos toca, el rol dado a nuestra libertad. Nuestra fe es alianza y en la lógica de alianza, como dice el lema de Schönstatt, nada sin Ti, nada sin nosotros. Pero ¿qué significa preparar la Misa? Por lo pronto, no dejar librado al azar el tiempo y el lugar del encuentro. Es preciso discernir cuidadosamente esas coordenadas. Reservar un momento exclusivo para Dios y pensar el espacio sagrado en el que me es más fácil percibir Su presencia. Sabemos que "los verdaderos adoradores lo hacen en espíritu y en verdad" (cf. Jn 4,23), pero eso no implica subestimar, aún menos ignorar, el peso de nuestra condición histórica. Somos (y rezamos) en el contexto ineludible de nuestras circunstancias.


Sin embargo, hay otro aspecto más importante en la preparación de la Misa. Se trata de caer en la cuenta de lo que voy a celebrar. Evitar la inercia litúrgica. Poner en claro mi situación espiritual: ¿Cómo llego? ¿De qué quiero hablar con Jesús? ¿Qué quiero que Él consagre? Hoy se da entre los jóvenes una suerte de culto de "la previa". Lo que está antes de la fiesta ganó mucha importancia. No nos interesan los detalles sino el hecho en sí, que nos sirve de imagen para la gran fiesta de la eucaristía.

De todos modos, es bueno notar que la preparación de los discípulos no parte de cero. En el fondo, lo suyo es apenas ultimar la delicada preparación de Jesús. Él siempre nos antecede allanando el camino, reparando incluso en mínimos detalles (el hombre del cántaro, el dueño de casa, la sala grande ya dispuesta y preparada).


Por otra parte, la primera lectura nos invita a reflexionar en las implicancias de celebrar la eucaristía. La alianza reclama un compromiso. En ese marco solemne el pueblo de Israel afirma: "Estamos resueltos a poner en práctica y a obedecer todo lo que el Señor ha dicho" (Ex 24,3.7). Nada es amorfo en nuestra relación con Dios. Los diez mandamientos son el marco de comunión y pertenencia. Los cristianos asumimos esta herencia de Israel, radicalizada ahora por el Evangelio de las bienaventuranzas y del amor hasta el extremo. Culto y vida, liturgia y moral, eucaristía y servicio, acción de gracias y obediencia. Participar de la Misa, comulgar con Jesús -del modo que sea- es entrar en una dinámica de integración. Todos somos pecadores y nadie está a la altura de la alianza. El punto es desearlo de verdad, empeñarse en ello y dolerse cuando se tropieza.


El antes y el después, la preparación y la prolongación existen en función del misterio del Pan y del Vino consagrados. Más allá de toda disposición humana Jesús da un giro inesperado y superador. Se hace alimento por nosotros. Se ofrece Él mismo y entonces la Cena pasa a ser un sacrificio de comunión. En esa entrega nos deja su presencia que equivale a tantas cosas... La eucaristía es mucha presencia y poco ruido. Es el buen gusto de la discreción. Dios tiene ese estilo; el de la pobreza que mendiga, el de la poesía que sugiere. Por eso es bueno recordar el antes y el después. Porque a menudo olvidamos Quién se ha escondido en ese poco de pan y en ese poco de vino.


Adoro te devote, latens Deitas,
Te adoro con devoción, Dios escondido,
Quæ sub his figuris vere latitas;
oculto verdaderamente bajo estas apariencias.
Tibi se cor meum totum subjicit,
A Ti se somete mi corazón por completo,
Quia te contemplans totum deficit.
y se rinde totalmente al contemplarte.

S. Tomás de Aquino, 
para la institución de la Fiesta del Corpus, año 1264

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