viernes, 5 de junio de 2015

Ojos de madre para entrar en el misterio del Padre

La primera lectura de hoy narra el feliz regreso de Tobías a su hogar. El pasaje comienza así: "Ana estaba sentada con la mirada fija en el camino por donde debía volver su hijo. De pronto presintió que él llegaba y dijo al padre: «¡Ya viene tu hijo!»" (Tb 11,5-6).

Dos detalles retienen nuestra atención. Primero, la semejanza entre la actitud de Ana y la del padre misericordioso de la parábola de Lucas 15. "Cuando todavía estaba lejos su padre lo vio y se conmovió" (Lc 15,20). Hay maneras y maneras de esperar. El amor inspira el deseo y el deseo nos pone en movimiento. Se trata de un movimiento afectivo antes que corporal. Ana no aguarda como perdida sino envuelta en la esperanza, es decir, en tensión, lanzada a una buena noticia que todavía no se concreta, pero de la que tampoco duda. Por eso los sentidos permanecen alertas, dispuestos a percibir la más mínima señal. La expectación como clave de vida. "Ah, la voz de mi amado -dice la novia del Cantar de los cantares-. Ahí viene, saltando por las montañas, brincando por las colinas" (Ct 2,8). 


Segundo, el presentimiento materno. El amor tiende a anticiparse, intuye, sabe captar de manera misteriosa pero certera. La esperanza es clarividente. Por algo hablamos de corazonada. El corazón es ojo, decía Ricardo de san Víctor. La vía afectiva cuenta con atajos y por eso gana en la carrera (como Juan le ganó a Pedro: Jn 20,4). 


Reparemos, finalmente, en un tercer detalle. El texto dirá más adelante que la madre de Tobías se le echa al cuello para darle la bienvenida (Tb 11,9); lo mismo que el Padre de la parábola (Lc 15,20). Y todo eso nos lleva a pensar: cuánto rasgo materno hay en ese Padre de la parábola que viene a ser Dios. "Como uno a quien su madre consuela, así los consolaré Yo" (Is 66,13). Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica:

“Conviene recordar, entonces, que Dios trasciende la distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Trasciende también la paternidad y la maternidad humanas aunque sea su origen y medida. Nadie es padre como lo es Dios” (CEC 239).


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