miércoles, 12 de abril de 2017

Meditación para el Miércoles Santo

El signo de Betania (Jn 11,1-44)

Todos somos Lázaro, Marta y María. En primer lugar, por la sencilla razón de ser los amigos de Jesús. Es verdad que no siempre correspondemos bien esa amistad pero lo consolador es que él no cambia. “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes” (Jn 15,16). Dios se caracteriza por un amor terco que, como dice Pablo, “no tiene en cuenta el mal recibido… El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Co 13,5d.7).

En la pascua celebramos la amistad fiel de Dios manifestada en Jesús. Él no sigue la lógica del ojo por ojo, sino que ofrece la otra mejilla. Y en esa mejilla recibe el beso traidor. Lo sabe y lo acepta, ciertamente con tristeza –¿qué duda cabe?– pero también con la paz de quien se ha confiado a la voluntad del Padre.

El evangelista quiso dejar constancia de que “Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Jn 11,5). La semana santa es un tiempo especial para dejarnos querer por Jesús que nos abre el misterio del corazón misericordioso de Dios. “Yo los llamo amigos porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre” (Jn 15,15). Es hora de bajar la guardia: evitar las corridas, bajar el volumen, aquietar los pensamientos y entrar en el silencio . ¿Podremos despejar la agenda para el Señor?

Todos somos Lázaro, Marta y María. Porque todos en algún punto estamos muertos. ¿Quién no está herido, sea en lo más íntimo o en la carne de un hermano? Y suele ocurrir que algunas situaciones enfermas se vuelven crónicas generando un desgaste difícil de sobrellevar. Entonces arrecia la tristeza, el desaliento y la sensación de abandono. Como humanamente no hay respuestas ni fuerzas, experimentamos la impotencia y la desolación.

Jesús llora porque no le es indiferente el dolor de Marta y María. Tampoco le resulta fácil confrontarse con el sepulcro de Lázaro. Pero lo que más lo turba es vislumbrar el misterio de su propia muerte. La autoridad divina convive con la fragilidad humana. “Yo soy la resurrección y la Vida”. Esta verdad no logrará eximirlo de la pasión. Y así como en Betania hay quienes se preguntan si no podía evitar la muerte de su amigo, también en el Calvario habrá quienes se pregunten si no es capaz de salvarse a sí mismo. Entendamos cristianos, no es un tema de poder sino de querer. Dios quiere –libremente– compartir nuestra nada para rescatarnos desde dentro. La única manera de sanar la raíz era sumergiéndose en la tierra. Es su creación y son sus modos. Él es el médico y conoce sus remedios.

Yo soy la Resurrección y la Vida.
El que cree en mí, aunque muera, vivirá,
Y todo el que vive y cree en mí,
no morirá jamás.
¿Crees esto?

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