martes, 16 de abril de 2019

Una parábola para la Pascua

Notre Dame en llamas. El hecho despierta en mí dos reacciones, una más visceral, otra más racional.

La reacción visceral me retrotrae, como un relámpago, a la catedral misma de París. Si muchos la contemplan como un prodigio arquitectónico o como una referencia turística ineludible, en mi caso Notre Dame es el templo que me regaló una de las experiencias litúrgicas más sublimes. Fue un día cualquiera, al caer la tarde, durante el rezo de vísperas. La oración fue delicada, sobria pero intensa, rica en signos, colores, aromas, cantos, silencios... Un encuentro con el Santo en formas nobles pero ordinarias. Entonces sentí que Notre Dame era, o seguía siendo, lo que debía ser: la casa de Dios. La piedra y el vidrio cobraron vida. Fue una experiencia de cielo, un llamado hondo a las alturas. Y me dio algo de pena cuántos se lo perdían, cuántos pasaban por esa catedral ignorando su razón de ser.


La reacción racional ya no es una memoria sino una interpretación. Notre Dame no sólo es un templo sino un ícono de Occidente. Y eso no es casualidad. ¿Podremos ver en este incendio una metáfora de nuestro tiempo? Las llamas causaron estragos pero, dicen los expertos, la estructura está salvada. Se impone ahora una lenta y costosa reconstrucción. Gracias a Dios, ya hay quienes generosamente han comprometido su ayuda. Cómo quisiera que esta desgracia nos hiciera reflexionar sobre nuestros cimientos culturales. Es un anhelo demasiado audaz, pero hay que formularlo. 

Estamos próximos a celebrar la pascua. Todo templo es imagen de Cristo, y por eso mismo, también imagen de la Iglesia. El incendio consume, extingue, mata. Pero de entre las llamas puede surgir la vida, si es que nos abrimos a Dios. Que Jesús Resucitado sea nuestra esperanza. Que Él vuelva nuestros corazones al Padre, para que del culto verdadero renazca una cultura de la cual estemos orgullosos, una belleza que surque los siglos, que refleje la dignidad del hombre, que nos mueva más allá de nosotros mismos, hacia un sol que no tiene ocaso.

Finalmente, recomiendo vivamente el comentario de Jorge Fernández Díaz, que se acerca bastante al mío, sólo que mucho mejor escrito.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buena reflexión sobre la cultura. Tengo mis reparos en cuanto al "desinterés" de la ayuda económica. El lavado de dinero no es inocente. Y no deja de ser indignante la premura con la que el Sumo Pontífice ha llamado a la urgente movilización de todos para la reconstrucción. No se escucha tan fuerte y claro el mismo pedido -ni la respuesta- cuando se trata del hambre, la guerra, los desplazados, la pedofilia... Dónde está la dignidad humana?