jueves, 19 de julio de 2007

¿Es evangélico el poder?


La pregunta nos la encontramos –en cierto modo- ya formulada. Un periódico católico que cumple la función de brindarnos las lecturas de cada domingo sembró una frase poco feliz. El título se muestra grandilocuente pero encierra una falacia feroz: El poder nunca es evangélico[1]. Hay buenas intenciones que no logran hacerse entender. Hay frases que quieren ser esclarecedoras y acaban confundiendo. Por eso aprovechamos la ocasión para hablar sobre el tema.

Hay algo grave en desvirtuar un tema tan importante como el poder. De hecho, no pocas veces se evita calificar a Dios como ‘todopoderoso’ cuando así lo piden las celebraciones. ¿Qué hay detrás de estos silencios? Nos cuesta convertirnos a Jesús y acabamos –sin quererlo- reduciéndolo a nuestro limitado universo. La repercusión pastoral-espiritual es de fácil previsión. Queriendo acercar a Dios acabamos por separarlo. En nuestro intento por no contaminarlo terminamos desfigurándolo. Pues ¿quién le reza a un Dios que poco o nada puede?

Basta una rápida mirada a la revelación bíblica (por no incluir la espiritualidad y la teología eclesial) para clarificar nuestro tema. Sólo tomando el primer capítulo de san Marcos nos topamos con una palabra que se repite: exousía. Jesús enseña con autoridad, con poder. Y bueno es saber que este término no excluye el gobierno y la jurisdicción, porque se emplea en relación a Herodes (Lc 23,7) y Pilato (Jn 19,10-11). En el mismo primer capítulo –que tiene algo de programático- Marcos presenta diversas sanaciones, inequívoco signo de poder sobre el mal. Del mismo modo el cántico de Zacarías anuncia a Jesús como “fuerza salvadora” (Lc 1,69). La idea se repite con variantes pero siempre queda claro que Dios se asocia al poder. Y este poder que Jesús siente salir de sí (Mc 5,30; Lc 8,46) se comunica; él lo comparte a los suyos: “convocando a los Doce les dio autoridad y poder…” (Lc 9,1).

Aunque se podría ampliar mucho más, esto nos basta. Restan dos aclaraciones. Primero. No desconocemos que el poder puede pervertir (y pervertirse). Eso también nos lo enseña el evangelio. Una de las tentaciones del Señor reside precisamente en ello: “le dijo el diablo: ‘te daré todo el poder y la gloria’” (Lc 4, 6). Existe un “poder de las tinieblas” (Lc 22,53) a quien hay que temer “porque puede echar al infierno” (Lc 12,5). Segundo. El poder de Jesús es servicio (Jn 13), no se ejerce de manera opresiva (Lc 22,24ss; Mc 10,41ss; Mt 20,24ss).

Llegamos aquí a una clásica paradoja cristiana, y es preciso mantener la tensión para ser fieles al mensaje revelado. La debilidad del crucificado, la mansedumbre del carpintero no excluyen ni anulan el poder del Hijo de Dios. El resucitado aun en vísperas de la pasión, en medio de la agonía del huerto trasunta la gloria, el poder propio de su condición divina. “Cuando les dijo ‘Yo soy’ retrocedieron y cayeron en tierra” (Jn 18,6).

El apóstol Pablo captó como nadie este misterio y nos ha legado expresiones muy lúcidas al respecto. “La predicación de la cruz es una locura para los que se pierden, mas para los que se salvan –para nosotros- es fuerza/poder (dynamis) de Dios” (1 Co 1,18). También el cristiano participa de la conjugación de los aparentes opuestos. “Y me presenté ante ustedes débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no se apoyaban en persuasivos discursos de sabiduría, sino en la demostración del Espíritu y de su poder, para que la fe de ustedes se funde, no en la sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios” (1 Co 2,3-5). En la debilidad del hombre resalta la grandeza de Dios. “Él me dijo: ‘mi gracia te basta, que mi poder se realiza en la flaqueza’” (2 Co 12,9).

Jesús es el Evangelio, la Buena Noticia de Dios. “Cristo es el poder de Dios” (1 Co 1,24). Y como hace tiempo dijo Orígenes: Jesús mismo es el Reino[2]. “El reino de Dios no está en la palabrería sino en el poder” (1 Co 4,20).

[1] “El Domingo”, Año LXXV- n. 3955: 1º de julio de 2007. Nota firmada por Aderico Dolzani.
[2] Orígenes, In Mt. Tract. 14,7

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha gustado esta reflexión. Me viene a la mente la perícopa de Rm 1, 16: "Pues no me avergüenzo del Evangelio, que es poder de Dios para la salvación de todo el que cree..." Y, si sirviera como aporte para poner de manifiesto que este sentido de poder/fuerza se encuentra en Dios y en su Palabra veamos que una de la maneras de representarlo desde lo simbólico es: la mano/brazo (en griego kheir atiende a las dos acepciones), expresando la idea de actividad, poder y dominio. Como muestra dos "botones": El Magníficat, donde usa el lenguaje del Exodo:"Su brazo ha intervenido con fuerza"(Lc, 1, 51) y en Jn 12, 38, citando a Is 53, 1: "¿a quién se le ha revelado el brazo/la fuerza del Señor?". En el arte la mano que sale de entre las nubes significa Dios en la totalidad de su poderío y eficacia.
Andy, gracias por compartir tu pensar con la blogósfera.
L B U

Anónimo dijo...

L B U, tu aporte es muy oportuno y honra este blog. Si fuere de tu gusto, no dejes de seguir comentando.
Muchas gracias.
AFDC

Martinus Sanctajuliensis dijo...

Estimado Andrés, le escribo y saludo en ánimo de encontrar la verdad.

Tuve gozos e inquietudes al leer esta entrada, mas lo que me llevó a responderle fue una suerte de pavor al leer esa frase que anda por allí:

"Existe un “poder de las tinieblas” (Lc 22,53) a quien hay que temer “porque puede echar al infierno” (Lc 12,5).

Permítame ampliar a Lucas 12:

"A ustedes, mis amigos, les digo: No teman a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más. Yo les indicaré a quién deben temer: teman a aquel que, después de matar, tiene el poder de arrojar a la Gehena."

Es un texto a primera vista inquietante:

Entre todos los "¡no teman!" a lo largo de la Biblia, esta exhortación de Jesús no puede otra cosa que chocarnos.

Más aún que la pregunta surge, imperiosa: "¿A quién es ese, que hay que temer?".

Dos, creo, son las posibles respuestas.

Ya que en el mismo texto se nos enseña a no temer "a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más", quedan descartados los meros mortales.

Nos quedan dos, bastante calientes: O tememos al Todopoderoso Dios, o al mentiroso y homicida Satanás (Juan 8,44-47).

"Al Todopoderoso", sería una buena respuesta, porque si es todopoderoso realmente tiene el poder de hacer esto.

Y a Satanás, bueno, el mismo Evangelio lo llama homicida. Con lo cual mínimamente es "asesino de hombres". Pero de ahí a que Jesús nos señale al Enemigo como alguien a quien temer..., la verdad es que causa justamente eso: "temor".

Y lo que me trajo un cierto pavor al leer su texto, es que Ud. parece considerar la segunda respuesta, mientras que para mí estaba bien claro que era la primera.

Sencillamente: Para mí Jesús estaba refiriéndose al mismísimo "temor de Dios".

Porque, para empezar, aunque sea homicida, ¿acaso el Diablo tiene el poder de arrojar a la Gehena?
¿No son el juicio y, por lo tanto la condena, potestad de Dios? (Dt. 1,17) Y además, después de todo, el mismo Diablo será arrojado allí. (Ap. 20,10)
Entonces, salvo que el Diablo tenga algún poder temporal para arrojar a la Gehena, tendríamos que descartarlo como respuesta en favor de Dios (que claramente lo tiene).
Sin embargo, Nuestro Señor habla en singular, "aquel que tiene el poder de arrojar".
Podemos hacer entonces la inferencia que, si es uno el que tiene el poder, y Dios lo tiene, entonces Dios es aquel que solamente tiene el poder, y al cual hay que temer solamente.

Y más aún, ya lo canta el Salmo 27, si "el Señor es el baluarte de mi vida, ¿ante quién temblaré? [...] aunque acampe contra mí un ejército, mi corazón no temerá".
Y ni siquiera el Enemigo es digna fuente de temor "Por eso tengo erguida mi cabeza frente al enemigo que me hostiga".
Mas bien un verdadero soldado de Cristo como mucho puede temer el quedarse sin su auxilio, sin su Roca "¡apiádate de mí y respóndeme! [...] Yo busco tu rostro, Señor, no lo apartes de mí. No alejes con ira a tu servidor, tú, que eres mi ayuda; no me dejes mi me abandones".

Es interesante como el lamento encuentra respuesta en el mismo salmo, como así también en la misma parte del Evangelio que estamos discutiendo, como si estuvieran sincronizados:

"Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me recibirá. [...]"

Y el Maestro agrega:

"¿No se venden acaso cinco pájaros por dos monedas? Sin embargo, Dios no olvida a ninguno de ellos. Ustedes tienen contados todos sus cabellos: no teman, porque valen más que muchos pájaros."

En los dos textos parece apreciarse la misma estructura: a) No temer a los enemigos, b) temer a Dios, c) confiar en Él.

Estimado Andrés, que tanto me has enseñado, ¿no habla acaso Lc. 12,5 del Temor del Señor?

Espero vuestra corrección y enseñanza.

¡Abrazo!

AFDC dijo...

Querido Martinus:

Es una cuestión de lo más interesante y agradezco tus observaciones... tan bien fundamentadas. Evidentemente, el texto no es tan sencillo como parece. Sin embargo, creo que todavía puede interpretarse en referencia al diablo.

A)Como bien sabés, el "temor" de Dios no tiene nada que ver con el temor a ser asaltado o con el de ser arrojado al fuego. Con lo cual, ya se empieza a complicar la interpretación que proponés.El santo temor de Dios es una experiencia de la trascendencia de Dios con la consiguiente pequeñez del hombre; es el temor a ofenderlo, un sentido muy vivo de Su santidad (bondad y poder).

B)La exhortación de Lc 12,4 a no temer va en la línea del temor corriente (a ser matado). Por lo tanto, pareciera que Lc 12,5 va en la misma dirección. Comparar a Dios con la arbitrariedad de un asesino parece temerario.

C)En Lc 12,5 existe una contraposición entre los que matan el cuerpo pero sin poder matar el alma y aquel que sí puede arrojar al infierno. Por el contexto, hay que entender en el primer grupo a los fariseos (con su levadura o hipocresía: 12,1). En Lc 11 los fariseos buscan algo para acusar a Jesus. Por lo tanto, es perfectamente posible que "Aquel" con poder de arrojar al fuego sea el diablo -ni se lo nombra.

D)Cierto que el diablo no tiene poder para arrojar por sí mismo, pero existen dos posibilidades para explicar la frase: a) cada uno de nosotros le entrega ese poder en la medida en que le abre la puerta del propio corazón; b)Ese poder le ha sido, misteriosamente, concedido: cf. Job 1-2; Lc 22,31; Ap 13,5-7.15.

E)Por último, quizás sea beuno recordar que el infierno, como posibilidad, es más una autoexclusión del hombre que un decreto de Dios. Aunque ciertamente, con esto no se debilita la Instancia del Juicio ni la autoridad de Dios en esa hora. Pero siempre recordanmdo que Juicio es Misericordia; y que, como enseña Santiago, la misericordia triunfa sobre el juicio. La reflexión original tendía a subrayar que el poder de Dios no es de temer porque no es in-misercorde (aunque sí es justo).


Esta es, por ahora, mi respuesta. Estoy abierto a la reflexión más serena. ¡Muchas gracias por el intercambio que estimula!
Un abrazo,
Andrés