martes, 6 de octubre de 2009

Respuesta a Tomás Eloy Martínez


"El que calla otorga", dice el refrán.


Escribo lo siguiente porque no quiero callar. Y no quiero callar porque tampoco quiero otorgar.


No quiero avalar la falta de seriedad. No quiero ser cómplice del manoseo mediático al que también ahora se somete el pensamiento.[1] Exijo un poco de respeto, en primer lugar, y sin ninguna connotación peyorativa, al hombre simple y vulgar, a ese hombre de la calle a quien Sócrates se dirigía en el ágora ateniense, al hombre elemental o "rudis" que también acaparaba la atención de Agustín. En segundo lugar, respeto a la Teología, que es una ciencia y que se cultiva en las universidades desde la fundación de las mismas.


¿A qué tanto reparo? Al artículo de Tomás Eloy Martínez en "La Nación" del sábado 3 de octubre de 2009. La primera observación que me permito, admitiendo desde ya mi modesta formación en comparación con la del autor, es de tipo global. Al terminar la lectura uno no acaba de acertar qué se quiso decir. Los párrafos, en su afán de tocar variadísimos temas, dejan una sensación de confusión e inconsistencia. El artículo no es ni literario, ni histórico, ni filosófico, ni exegético, ni teológico. Intentaba, o eso parece, ser una síntesis grandiosa. Quedó en el intento.


Hubiera sido preferible una actitud más modesta y menos forzada. Ya el primer párrafo grita un error teológico de enorme envergadura. El autor describe el estado del Cristo glorioso y resucitado -en medio de una idea que queda inconclusa- con las siguientes palabras: "... cuando Jesús ya se había desprendido de su cuerpo mortal y su alma estaba en relación directa con Dios". Sobran los textos escriturísticos y patrísticos para demostrar que la fe cristiana afirma de Jesús la resurrección y ascensión "en carne". Precisamente ahí reside la alegre novedad (evangelio) y el escándalo. Nada más alejado de la concepción cristiana en general, y católica en particular, que la resurrección de Jesús separada del cuerpo.[2]


El segundo párrafo también exhibe una preocupante y ambigua liviandad. El celo de las primeras comunidades cristianas por la fidelidad a la doctrina (de Jesús), que ya se evidencia en el NT aunque el autor no lo mencione, se deja entrever como fanatismo intolerante: se dice que las desviaciones heréticas "eran intolerables", y que los "simonianos, ebionitas y nazarenos no tardaron en ser aplastados". Se habla de "rencillas incesantes" y de "disputas sin fin".

Sin negar en nada lo escandaloso del anuncio cristiano, y las consiguientes dificultades en ser aceptado, me parece un abuso, y también un anacronismo, el que Eloy Martínez atribuya a los primeros cristanos semejante violencia. ¿Qué otra cosa se desprende del término "aplastar"? Cabe recordar que los cristianos del siglo I y principios del siglo II eran una minoría perseguida. Perseguida por ciertas facciones de los judíos y perseguida luego por la furia romana.


En esta misma línea es imposible no criticar las aseveraciones de Eloy Martínez, sorprendentes en un hombre de cultura, cuando todavía situados en los dos primeros siglos dice: "Miles de cristianos iban a la guerra y sucumbían para imponer la idea de que Jesús era una encarnación humana de Dios y para negar o afirmar que Dios era uno y trino. En cada soldado había un teólogo. Cada capitán defendía un dogma que se declaraba el único verdadero y consideraba que las otras creencias eran blasfemias o herejías que debían ser castigadas con la muerte". Habla como si el cristianismo hubiera tenido en esa época libertad total, como si hubiera contado con ejércitos poderosos, olvidando que recién en 313 Constantino decretó su plena tolerancia, olvidando la múltiples y cruentísimas persecuciones que asolaron a la grey cristiana hasta 305. ¿Por qué las disputas doctrinales o teológicas son presentadas como matanzas?


Todo esta situación descripta le sirve al autor para crear un clima de desconfianza ante el fenómeno cristiano, la formación del canon bíblico y la ortodoxia que se abrió paso. Eloy Martínez se suma, según la célebre expresión de Ricoeur, a los "maestros de la sospecha". El mensaje sería: fuimos engañados, nos ocultaban algo. La historia no es como te la han contado. Así, en este contexto de confusión, violencia, e "imposición de una voz única", empiezan a pulular los evangelios apócrifos y la figura de Judas. "A río revuelto, ganancia de pescador".


Se aprecia otra falta de rigor, al presentar Eloy Martínez el papel que Juan evangelista da al apóstol traidor. Es un error menor, pero lo que acá quiero señalar es que no da todo lo mismo. Decir que Judas se marcha "furtivamente de la Cena hacia su castigo infernal". ¿Castigo infernal? Expresión disculpable para el genéro poético pero sumamente equívoca para un ensayo.[3]


La redacción del autor es tan vaga, y sus cambios de temas tan apurados, que uno no logra advertir si refiere pensamientos de los evangelios canónicos, o de los apócrifos, o de la ficción borgeana. Decir al comienzo de un párrafo -es decir, sin referencia definida- que "Judas es el único de los apóstoles que intuye la divinidad de Jesús" es otro error de máxima categoría. Cualquier feligrés de misa dominical sabe que Pedro confesó a Jesús como Hijo de Dios. De manera semejante, hoy cualquier teólogo admite en la tardía admiración del incrédulo Tomás un trato divino hacia Jesús: ho Theos (Jn 20,28).


Como quien se empeña en acumular burdos errores teológicos -y más que teológicos, de cultura general- el autor dice de Judas, que "se rebajó a cometer la peor de las infamias sólo para que el Verbo se hiciera carne en la cruz y salvara a la humanidad". ¿Para que el Verbo se hiciera carne en la cruz? Asociar la traición de Judas con la encarnación es a todas luces falso, y otro tanto que ella aconteciera en la cruz.


La referencia de la consulta a los curas de su juventud es llamativa aunque no inverosímil. Puede explicarse o por mala teología de los predicadores, o por mala comprensión del autor (lo cual no sería tan raro atendiendo sus serias lagunas en la materia), o por la confusa redacción del artículo que nos ocupa. En todo caso, la edad adulta permite subsanar experiencias negativas y entablar diálogos fecundos con gente competente. Porque más allá de los excesos gnósticos de ayer y hoy, sigue en pie que la doctrina de la redención cristiana consiste justamente en que el mal puede ser transformado en bien por virtud de un amor transfigurador (el de Cristo). El NT repetidamente expone una cierta "necesidad" para que el plan de salvación se consumara. Necesidad no coercitiva sino de "conveniencia". Son cuestiones agudas que no pueden despacharse tan fácilmente, y que por eso sorprende, cuando no enoja, verlas tratadas con tanta ligereza.


Eloy Martínez debería haber sido, por respeto al lector, más claro. Podría haber subrayado la coincidencia de fondo para luego resaltar la originalidad del pensamiento gnóstico del evangelio de Judas, coincidente con el de Borges. ¿Tan extraño es que un predicador católico se escandalice de que Dios le pida a un amigo que lo mate? Hacer a Dios cómplice e instigador de un deicidio es aterrador. Y creo honestamente que la figura del Judas apócrifo que conoce la divinidad de Jesús, y coopera con plena conciencia en su muerte, no queda mejor parada que la del avaro presentado por los evangelios canónicos.


Para terminar, y pasando por alto la forzadísima mención del antisemitismo (¿en relación a Judas?), creo que Eloy Martínez, teniendo una buena idea, la echó a perder. Quiso hacer de lo simple algo grandilocuente. Jugó en terreno que lo excede y se puso en evidencia. Sinceramente, no lo había leído antes. No tenía prejuicios de ningún tipo. Pero este artículo suyo deja mucho que desear. Lo que el autor quizás no advierta es que él toma partido por la antigua corriente gnóstica (elitista, por cierto) cuando contrapone "la firmeza del conocimiento" a "la fe de los primitivos". En pensamiento "católico" en cambio, no contrapone sino que reconcilia; es, como lo dice la palabra, universal, amplio, abarcador. Curiosamente tenemos que decir que si Eloy Martínez hubiera sido consecuente con las exigencias del conocimiento y de la razón, probablemente no se hubiera equivocado tanto.



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[1] Tengo pendiente un libro que me recomendaron: "La derrota del pensamiento", A. Finkielkraut.


[2] Lc 24,36-42


[3] En Jn 13,30 Judas sale de la cena, y está claro que va a disponer todo para la traición. Pero la teología se ha cuidado siempre de no identificar, ni suponer, pecado y castigo infernal.




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