martes, 6 de octubre de 2009

Luján 2009

La peregrinación a pie a Luján, como toda peregrinación, es una parábola de la vida y un acontecimiento de gracia.

La vieja imagen del camino sigue dando que hablar. Pero una cosa es pensar una imagen, jugar con ella, y otra muy distinta, mucho más rica, es vivirla. Decimos parábola de la vida porque la peregrinación expresa el dinamismo existencial de los hombres. Todos estamos en tensión hacia una meta que se adivina y se añora, porque la felicidad es en el fondo eso: la paradoja de una realidad que es nostalgia de lo desconocido.

La peregrinación es además, en este caso, una experiencia colectiva. Hablar de Luján es hablar de pueblo. En nuestra sociedad tan fragmentada, donde es muy fácil atrincherarse en guetos y tribus urbanas, la peregrinación nos sumerge en la desconcertante variedad de la vida real. Y, a diferencia de las concentraciones estáticas de los partidos y los recitales, acá la gente pasa. Pasa con su música, con su ropa, con su jerga, con su edad, con su salud y hasta con su billetera (o su falta de una). Uno los ve a todos y aprende: ¡qué misterio es la vida!

Sabemos que Dios no nos habla sólo en las Escrituras sino también en los hechos cotidianos. Sabemos que su Palabra es(tá) viva y que tiene algo que decir. Entonces, si la peregrinación es una parábola, tenemos que preguntarnos si estamos haciendo un esfuerzo por captar su mensaje. ¿Cómo interactúo con la peregrinación? ¿Soy indiferente a ella? Se es cristiano en unas coordenadas espacio-temporales, en una Iglesia concreta, y no puedo estar ajeno a una "palabra" de semejante magnitud. A modo de ejemplo, quisiera compartir tan sólo una idea. Todos en la peregrinación, absolutamente todos, saben hacia dónde se dirigen. Sería bueno que en la vida tuviéramos la misma claridad sobre nuestro destino último. Con que la peregrinación nos ayudara a recordar anualmente que en última instancia estamos llamados a la Casa de Dios, eso ya sería bastante.

La vida nos desborda y tenemos que aceptar que cada uno camina como puede. Tenemos que saber mirar con buenos ojos a todos. A los que caminan con alegría exultante y a los que callan una angustia, a los que marchan a paso firme y a los que se arrastran con dolor, a los que rezan piadosamente y a los que van un poco tomados. Porque todos esos caminan y ya eso es mucha cosa. Pero fundamentalmente porque si caminan es porque Otro los llamó.

La peregrinación como acontecimiento de gracia explica mejor que nada esa multitud. Más allá de los estudios sociológicos y de las cantidades, ahí hay una figura que convoca. Convoca apelando al corazón y despertando una sed de contención que anida en lo secreto. Aquella misteriosa tarde en que el Hijo de Dios murió en las afueras de Jerusalén se creó un vínculo. "Ahí tienes a tu Madre". Y el discípulo la recibió como suya. Desde entonces el pueblo cristiano vive con María una "química" especial. Pasan los siglos y la mutua pertenencia sigue vigente: Totus tuus.

Se equivocan quienes superficialmente juzgan apariencias y reducen todo a superstición o desafío atlético. Nadie pude juzgar la conciencia de nadie, y nadie sabe la motivación última de los que peregrinan. Sólo Dios conoce ese secreto. Secreto a veces mal expresado, secreto quizás ignorado por los mismos peregrinos pero no por ello menos real y activo en el espíritu de los hombres. Hay que oír las confesiones, hay que leer las intenciones, hay que ver ciertas postraciones, miradas y caricias para entender lo que envuelve la peregrinación. Acontecimiento de gracia decimos y no sin incluir al sinnúmero de personas que se suman desde la oración.

La peregrinación, en efecto, es ante todo una actitud interior. Para ir a misa el domingo, casi sin saberlo hacemos una peregrinación. Poco importa la distancia. Lo que importa es la religiosidad de ese trayecto y la sinceridad de nuestro deseo. Para terminar, fuerzo la metáfora y digo que sería muy edificante vivir en clave peregrina nuestros numerosos viajes porteños. Hacer de la ida al trabajo una mística que me lleve a crecer en mi dignidad de persona porque mi esfuerzo se asocia al del Creador, y hacer también de la vuelta a casa una procesión al santuario de los afectos, aquellos que Dios me regaló y que constituyen lo más valioso de nuestras vidas.

No hay comentarios: