domingo, 31 de marzo de 2013

Pascua 2013


El evangelio de hoy comienza en la madrugada, “cuando todavía estaba oscuro”. Esta oscuridad (skotía) también puede traducirse por tiniebla. Es la sombra de la muerte en que se mueve María Magdalena y todos aquellos que viven sin saber de Cristo resucitado. Es la tiniebla que quiere rivalizar con Jesús, tal como lo atestigua repetidamente Juan evangelista (Jn 1,5; Jn 8,12; Jn 12,35.46; 1Jn 1,5). En esa tiniebla andamos cada vez que pecamos, cediendo a las redes del Príncipe de este mundo. Por eso la Vigilia Pascual se inicia de noche y con las luces apagadas, para significar esa doble hora: cronológica y espiritual. Hora de amargura y pesar en que Cristo desaparece de nuestras vidas y todo se desdibuja.

Pero Magdalena va. Y yendo, aún a tientas, se topa con la sorpresa. “Vio que la piedra había sido sacada”. Entonces pone en juego un reflejo típicamente cristiano. Vuelve a la comunidad para compartir su desconcierto. "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". Sea desazón o ilusión, ella no se erige en instancia última sino que pone su experiencia a disposición de la Iglesia. No corre en vano sino que sabe bien a quién recurrir. Corre hacia Pedro y Juan, columnas de la Iglesia. Corre hacia la fe y el amor, hacia el misterio del primado y de la amistad incondicional. A su vez, ellos también corren, en una suerte de preludio de vida nueva.  

En el sepulcro todo es ambigüedad. Hay signos pero nada concluyente. La piedra, las vendas, el sudario… Creer o no creer; ésa es la cuestión. El Evangelio invita pero no fuerza. Es apertura misteriosa y delicada que respeta la libertad. Ellos creyeron aunque “todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos”. Creen de modo imperfecto, incipiente, germinal. Amanecen a la fe. Es sólo el alumbramiento, no la madurez. Toda nuestra vida consiste en ir progresando desde la iniciación bautismal hacia la consolidación eucarística. ¡Y cómo nos cuesta!

Todo esto aconteció “el primer día de la semana”. La primicia de Dios, día de un nuevo comienzo, de una nueva creación. Día primero en importancia para nuestras vidas lastimadas que reconocen en Cristo el esplendor de un Sol nunca visto. “Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él”. ¿No deberíamos acaso replantear nuestro modo de vivir el domingo? La resurrección inaugura el octavo día; día nuevo hecho por el Señor, no por el hombre. Tiempo de gracia que se extiende hasta la eternidad, tiempo radiante de un Sol sin ocaso. Día doblemente feliz – en futuro y en presente–; porque nunca se acaba y porque nos trae ya la Vida Nueva de hijos de Dios.

Dios nuestro,
que hoy has abierto para nosotros las puertas de la eternidad
por la victoria de tu Hijo unigénito sobre la muerte,
te pedimos que quienes celebramos la Resurrección del Señor,
por la acción renovadora de tu Espíritu,
alcancemos la luz de la vida eterna.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.

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