sábado, 1 de agosto de 2009

Caritas in veritate

Supongo que después de leer la última encíclica de Benedicto XVI (Caritas in veritate), las reacciones pueden variar según sea el lector. Pero hay algo que imagino podría ser compartido por la mayoría. ¡Qué admirable es la fe católica! Porque logra elaborar, y sostener en el tiempo, un corpus doctrinal sólido, coherente e integral. A lo largo de las páginas, y mediante citas permanentes, se ve una total unidad con el magisterio de otros papas; cuyas citas, ahora, siguen siendo actuales al grado de adquirir ribetes proféticos.

Desconozco, y lo digo honestamente, alguna otra institución -¡ni hablar de autor individual!- que pueda realizar una propuesta semejante. A diario leo o escucho críticas a la Iglesia y sus posturas... muy bien. ¿Cuál es entonces la contrapropuesta? ¿Quién se anima a presentar una visión distinta, y creíble, que articule en un mismo discurso los temas de Dios, del hombre, del mundo, etc., bajando incluso a los detalles más cotidianos? Muchas veces se trata de meros ejercicios “abolicionistas”, olvidando que al genuino profeta no sólo se lo manda “para extirpar y destruir, para perder y derrocar”, sino también “para reconstruir y plantar” (Jr 1,10).

La Iglesia puede presentarse con su mismo mensaje en todas las áreas que competen al ser humano, y dar así “razón de su esperanza” (1 Pe 3,15). Una esperanza que afecta a todos los hombres y a todo el hombre. Las críticas que recibe –no me refiero aquí a su conducta sino a su enseñanza- suelen ser acotadas: se limitan a cuestiones puntuales; en cierto sentido, son escaramuzas. En general, los interlocutores no pueden hilvanar una visión de conjunto, o porque no la tienen o porque descubrirían sus falacias. A esta inconsistencia de nuestro tiempo, a esta ausencia de mirada sapiencial, a esta fragmentación en la que vive y piensa el hombre de hoy, se dirige Benedicto XVI. Y lo hace explícitamente, con coraje, como quien no tiene nada que ocultar. Es la misma doctrina de ayer respondiendo a las imprevisibles exigencias del hoy.

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La Encíclica versa “sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad”. Usando lenguaje clásico, la integridad está en relación con la verdad y la solidez; usando lenguaje contemporáneo, y políticamente correcto, la integridad está en relación con la pluralidad y la coherencia. Acá tenemos un primer hallazgo. Benedicto tiene la osadía de señalarle, a un mundo que alardea de plural, su olvido del desarrollo integral. En el fondo, ¿cómo compaginar pluralidad y fragmentación? Si se marginan dimensiones del ser humano, si se niegan todas las implicancias (sea por descuido o por convicción) de determinadas opciones, ¿hasta qué punto se puede seguir hablando de pluralidad?

Por otra parte está el tema del desarrollo. Todos hablamos de él, sin saber con certeza hasta qué punto estamos de acuerdo en lo que significa. La encíclica toma partido y abre una puerta al debate filosófico. ¿Qué es desarrollo?

A mí me parece que esta encíclica está muy ligada a la primera: Deus caritas est. Allí ya se había mostrado la relación entre la caridad como realidad teologal y la caridad como asunto de los hombres. Respecto de esto último, Benedicto llegó incluso a ser muy concreto (2ª parte), exhibiendo así un sano realismo.

En Caritas in veritate se retoma la cuestión del amor como motor de la historia, pero trazando un panorama más amplio. Para empezar, existe una “economía de la caridad” (nº 2). ¿Qué se quiso decir? Que la caridad tiene sus leyes: es dispensadora, tiene capacidad de administrar. O sea que la caridad entrega a todo el que esté dispuesto a recibir, pero que también plantea exigencias. Es muy fácil hablar de caridad si se olvida esto. Pero la caridad tiene su fuerza: urge y doblega. Obliga porque tiene una convicción, y esa convicción se percibe como verdad, es decir, como instancia superior que interpela la conciencia.

Llegados a la conciencia afirmamos al hombre como ser ético. Sus decisiones no son neutrales sino que poseen una carga de valor: lo que llamamos moralidad. Un balance de la encíclica consiste en descubrir la centralidad de la persona. La persona está por encima de su actividad particular: religiosa, intelectual, cultural, económica, política, laboral, social, jurídica, educativa, empresarial, técnica, científica, bioética, sindical, mediática, ecológica, migratoria, turística, diplomática… Siempre la persona humana y su dignidad como punto de referencia. El egoísmo es viejo y seductor. El desafío es no privilegiar intereses sectoriales y ser capaz de mirar al conjunto humano (todo el hombre-todos los hombres). Es preciso recuperar una “visión macro”, “ensanchar la razón” (nº 33), “ampliar nuestro concepto de razón y de su uso” (nº 31). ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo integrar todo este espectro sin que degenere en caos? ¿Cómo fundamentarlo de manera que sea válido más allá de los cambios de turno?

Benedicto relanza la metafísica, la perennidad de la verdad, la apertura a lo trascendente. Sólo desde estas bases es posible una interdisciplinariedad sustentable. Pero no se engaña. Él sabe de la infidelidad de los creyentes y del necesario círculo hermenéutico. La caridad en la verdad pide alejarse de todo aire triunfalista. Somos todos peregrinos, confesores de culpas, y necesitados de ayuda mutua. Por eso ofrece la propuesta ya hecha a Habermas, y repetida luego en Ratisbona:

La razón necesita siempre ser purificada por la fe, y esto vale también para la razón política, que no debe creerse omnipotente. A su vez, la religión tiene siempre necesidad de ser purificada por la razón para mostrar su auténtico rostro humano. La ruptura de este diálogo comporta un coste muy gravoso para el desarrollo de la humanidad (nº 56).

Atraída por el puro quehacer técnico, la razón sin la fe se ve avocada a perderse en la ilusión de su propia omnipotencia. La fe sin la razón corre el riesgo de alejarse de la vida concreta de las personas (nº 74).

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Hay giros a destacar. Por ejemplo, el ya utilizado “ecología del hombre” (nº 51) da que pensar. Otro tanto puede decirse de la expresión “tragedia original” (nº 53). Aunque roza el eufemismo, parece ser una alusión al pecado original en tren de diálogo. El papa evita el rótulo y reformula en orden a facilitar la compresión. En el mismo párrafo -que trata de la soledad- hay un guiño cómplice a la literatura, en particular a A. Camus: “... cerrazón del hombre en sí mismo, pensando ser autosuficiente, o bien un mero hecho insignificante y pasajero, un “extranjero” en un universo que se ha formado por casualidad”. Así como J. Ratzinger en la víspera del cónclave 2005 habló de la “dictadura del relativismo”, Benedicto habla ahora del “absolutismo de la técnica” (nº 77) y la incapacidad de percibir todo aquello que no se explica con la pura materia”. Finalmente, está el planteo –bastante extraño a nuestro tiempo individualista, y por eso tanto más lúcido- de una “solidaridad y justicia intergeneracional” (nº 51).

Algunos extractos… cortos, claros, y jugosos

· “El riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia de hecho entre los hombres y los pueblos no se corresponda con la interacción ética de la conciencia y el intelecto, de la que pueda resultar un desarrollo realmente humano” (9).

· “Sin la perspectiva de una vida eterna, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento” (11).

· “La idea de un mundo sin desarrollo expresa desconfianza en el hombre y en Dios (…) Considerar ideológicamente como absoluto el progreso técnico y soñar con la utopía de una humanidad que retorna a su estado de naturaleza originario, son dos modos opuestos para eximir al progreso de su valoración moral y, por tanto, de nuestra responsabilidad” (14).

· “… ninguna estructura puede garantizar dicho desarrollo desde fuera y por encima de la responsabilidad humana” (17).

· “Pero la cuestión es: ¿qué significa «ser más»?” (18).

· “… la crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo. Conviene afrontar las dificultades del presente en esta clave, de manera confiada más que resignada” (21).

· “… el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad: «Pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social»” (25).

· “La apertura a la vida está en el centro del verdadero desarrollo. Cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida, acaba por no encontrar la motivación y la energía necesaria para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre. Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social” (28).

· “No se debe considerar a los pobres como un «fardo», sino como una riqueza incluso desde el punto de vista estrictamente económico” (35).

· “El ser empresario, antes de tener un significado profesional, tiene un significado humano” (41).

· “Compartir los deberes recíprocos moviliza mucho más que la mera reivindicación de derechos” (43).

· “En efecto, la economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona” (45).

· “La preocupación nunca puede ser una actitud abstracta” (47).

· “El modo en que el hombre trata el ambiente influye en la manera en que se trata a sí mismo, y viceversa” (51).

· “Éstos son instrumentos importantes, pero el problema decisivo es la capacidad moral global de la sociedad” (51).

· “Una de las pobrezas más hondas que el hombre puede experimentar es la soledad” (53).

· “… la verdadera apertura no significa dispersión centrífuga, sino compenetración profunda” (54).

· “… para educar es preciso saber quién es la persona humana, conocer su naturaleza” (61).

· “Es bueno que las personas se den cuenta de que comprar es siempre un acto moral, y no sólo económico. El consumidor tiene una responsabilidad social específica” (66).

· “También la paz corre a veces el riesgo de ser considerada como un producto de la técnica, fruto exclusivamente de los acuerdos entre los gobiernos o de iniciativas tendentes a asegurar ayudas económicas eficaces” (72).

· “En la actualidad, la bioética es un campo prioritario y crucial en la lucha cultural entre el absolutismo de la técnica y la responsabilidad moral, y en el que está en juego la posibilidad de un desarrollo humano e integral. Éste es un ámbito muy delicado y decisivo, donde se plantea con toda su fuerza dramática la cuestión fundamental: si el hombre es un producto de sí mismo o si depende de Dios (…) la elección entre estos dos tipos de razón: una razón abierta a la trascendencia o una razón encerrada en la inmanencia. Estamos ante un aut aut decisivo. Pero la racionalidad del quehacer técnico centrada sólo en sí misma se revela como irracional, porque comporta un rechazo firme del sentido y del valor. Por ello, la cerrazón a la trascendencia tropieza con la dificultad de pensar cómo es posible que de la nada haya surgido el ser y de la casualidad la inteligencia” (74).

· “… hoy es preciso afirmar que la cuestión social se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica” (75).

· “Sorprende la selección arbitraria de aquello que hoy se propone como digno de respeto. Muchos, dispuestos a escandalizarse por cosas secundarias, parecen tolerar injusticias inauditas. Mientras los pobres del mundo siguen llamando a la puerta de la opulencia, el mundo rico corre el riesgo de no escuchar ya estos golpes a su puerta, debido a una conciencia incapaz de reconocer lo humano” (75).

· “Sin Dios el hombre no sabe adonde ir ni tampoco logra entender quién es” (78).

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