domingo, 9 de agosto de 2009

De attractione Patris

“Nadie viene a mí si no lo atrae el Padre que me envió” (Jn 6,44)


La atracción es una fuerza interior, que se siente dentro pero que (en realidad) llega desde fuera. Es la respuesta a una llamada (vocación). Lo experimentamos de mil maneras en nuestra vida diaria. La suave melodía que despierta al oído, la imagen que cautiva la vista, el olor que maravilla al olfato, la memoria que goza en el recuerdo, lo mismo que la imaginación pregusta el futuro. 

La atracción es arrastre, una cierta violencia gustosa que padecemos en el ánimo. Es un tironeo, un influjo. La atracción nos lleva hondo, al campo siempre difícil de las motivaciones. Porque la motivación está en el orden de "lo que mueve", de las intenciones, o sea, lo que marca tendencia.  

Las motivaciones, origen mismo de la atracción, pueden surgir del temor, de la compensación, o del amor. Esta última es sin duda la más excelsa. El amor es gratis, se entrega, se brinda sin otra meta que la fruición. Decimos que se brinda porque el amor pleno es respuesta extática: sale de sí (atraída) y va en busca del amado; ex-tasis. En el fondo, se trata de un dejarse llevar. No hay posesión ni toma de iniciativa sino que es el movimiento obediente a una iniciativa exterior.    

¿Qué me mueve?

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte. 

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte. 

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera. 

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

                                            Anónimo 


Pero sabemos que al hombre lo atrae y lo seduce, tanto lo bueno como lo bajo (decimos "tanto" y no "lo mismo"). A estas sensaciones la tradición espiritual dio en llamarlas mociones: movimientos. La moción interior es un parloteo sugerente, una apelación a las resonancias del corazón. Estas invitaciones reciben distintos nombres según sus efectos y sus interlocutores (consúltese en este campo el magisterio de Ignacio de Loyola y sus hijos). 

Si el que habla es el maligno, la atracción puede llamarse tentación; si está a cargo del Espíritu, entonces trepa a la categoría de inspiración. ¿Dónde está el arte? El arte está en discernir y no sucumbir, a los engaños, a las falsas promesas, a los inmemoriales y afiladísimos ardides del mal espíritu. 

Por eso la insistencia de los maestros espirituales en la conveniencia del silencio, la oración, la meditación de la Palabra, la celebración de la eucaristía, la caridad en acción, las amistades edificantes, el descanso razonable, la alimentación equilibrada. Si todo esto no es fruto de, al menos puede ser ocasión de. En efecto, estas vivencias generan el humus, la atmósfera propicia para una escucha mejor.  

Si decimos que la atracción implica la percepción de un valor, y "el valor es lo que rompe la indiferencia" (L. Lavelle), habrá que ver con fineza qué valor se nos presenta. A mayor capacidad receptiva, a mayor castidad existencial, mayor cercanía al estímulo, mayor justeza en la percepción y mayor veracidad en la resonancia espiritual de esa atracción. 

“Lo que mucha gente llama amor consiste en elegir una mujer y casarse con ella.  La eligen te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio” (J. Cortázar, Rayuela).

 

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